jueves, 17 de septiembre de 2015

CIVILIZACIÓN GRIEGA: LECTURA

LOS CIMIENTOS DEL MUNDO MODERNO


Democracia, filosofía, escuela, biblioteca, teatro, música, arquitec­to, matemáticas, biología y pediatra son palabras que empleamos con toda naturalidad sin pensar en su origen. Todas provienen de la Grecia antigua y aluden al legado que hemos recibido de «los antiguos griegos»: los fundamentos de la política, la ciencia, el arte y la literatura.


Al hablar de la Grecia antigua no debemos imaginar, sin em­bargo, un Estado unificado. Hacia el 700 a.C. había en aquel país abrupto muchos pequeños Estados surgidos en las llanuras fértiles a los pies de las cordilleras, junto a la costa y en las islas. El centro de esos pequeños Estados era una ciudad; por eso se habla de ciu­dades Estado. Los griegos daban a esas ciudades Estado el nombre de «polis».Cada polis se preocupaba por mantener su libertad e in­dependencia frente a las demás. Para garantizarlo se reclutaban tropas y se entablaban guerras a menudo.

 Esparta y Atenas acabaron siendo—aunque por medios dis­tintos—las dos ciudades principales. En el sur de la península del Peloponeso, Esparta, con sus soldados bien formados, venció y ocupó una ciudad tras otra y convirtió en esclavos a quienes no eran espartanos. Pero aquella gente no estaba dispuesta a sopor­tar sin quejas y para siempre una existencia esclava y se produje­ron revueltas y sublevaciones. Casi todos los espartanos varones hubieron de hacerse soldados para mantener en jaque a los escla­vos, muy superiores en número.
 
Sur de la península del Peloponeso
Entrenamiento de los jóvenes espartanos (muchachos y muchachas)
Tras haber derrotado a aquellos esclavos insurrectos, los espartanos continuaron en estado de alerta, es decir, siguieron siendo soldados. Los jóvenes eran educados desde niños para el combate. A los siete años debían dejar la casa paterna y comen­zaba su formación. Para endurecerles, no les estaba permitido llevar calzado y sólo podían vestir ropas ligeras. Recibían una ali­mentación escasa para que, más tarde, supieran también salir adelante con poco. Si alguien creía que la comida era demasiado insuficiente, debía lograr complementarla por sí mismo—como hacen los soldados en la guerra—. Sólo se castigaba a quien se dejaba descubrir mientras robaba. Las pruebas de valor y las competiciones formaban también parte de la instrucción militar preparatoria. Así, cuando eran azotados, se proclamaba vencedor al muchacho que soportase más latigazos sin lanzar un grito de dolor.




Esparta llegó a ser con aquellos soldados la potencia militar más fuerte de Grecia. Los logros culturales de los espartanos fue­ron, en cambio, insignificantes.
Hoplita espartano

 En la zona de dominio de Atenas, en la península del Ática, hubo también agitación social, pues allí los terratenientes ricos y aristócratas oprimían y explotaban a los campesinos. Sin embargo, los ciudadanos atenienses no quisieron reaccionar con tanta brutalidad como los espartanos. Los atenienses se vieron, no obstante, obligados a hacer algo para que no se produjeran levantamientos, como había ocurrido en Esparta, e inventaron un cargo de mediador aceptable para ambas partes. Hallaron al hombre adecuado en la persona del sabio Solón (c. 640-561 a.C.). Solón ordenó limitar la propiedad del suelo para que los nobles ricos no pudieran adquirir más y más tierras. Se dio la libertad a los campesinos empobrecidos que habían acabado en la esclavitud y, en adelante, no se pudo ya vender como esclavos a los ciudadanos endeudados; además, se les condonaron sus deudas. Solón revocó las duras leyes penales dictadas por su predecesor Dracón (origen de las «leyes draconianas»). Sin embargo, su ley de mayor trascendencia fue la que estableció que, a partir de entonces, el poder de decisión en Atenas no estaría ya en manos de un rey «divino» o un pequeño grupo de aristócratas, sino en las de los propios ciudadanos, que deberían reunirse en la asamblea del pueblo cuarenta veces al año, por lo menos, para debatir todos los asuntos importantes de la polis, acordar las leyes y decidir sobre la guerra y la paz. Para los negocios corrientes de gobierno se previó crear un consejo para el que podían ser elegidos ciudadanos de prestigio. Un tribunal popular velaba por el cumplimiento de las leyes. De ese modo, Solón creó una forma de poder completamente nueva denominada democracia, «poder del pueblo».


La democracia ateniense era imperfecta desde un punto de vista actual, pues el poder era ejercido sólo por una pequeña parte del pueblo: los hombres libres. Cuando se habla de ciudadanos de Ate­nas se alude únicamente a ellos. Las mujeres, que según la opinión (masculina) dominante carecían de capacidad para tener voz pú­blica y habían quedado confinadas al hogar, estaban tan excluidas como los esclavos y los metecos (así se llamaba a los extranjeros llegados a la ciudad). Sin embargo, dadas las circunstancias de la época, aquella forma de poder representaba un avance sensacio­nal - a principios del siglo XX, la mayoría de los Estados del mun­do no habían progresado más que los atenienses.


La consecuencia de las reformas de Solón y sus sucesores, Clís­tenes y Pisístrato, no fue sólo una nueva forma de poder sino tam­bién un nuevo modo de vida, al menos para los ciudadanos de Atenas, a los que no se podía aplicar ya el principio de ordeno y mando sino el de expresión y réplica. Quien quisiera convencer a los demás necesitaba buenos argumentos que debía exponer con habilidad. Con aquel método de reflexión y discurso público me­diante el cual se ilustraba un asunto desde todas sus facetas, los atenienses inventaron de paso la filosofía. Liberaron el pensa­miento de su dependencia de la religión y lo hicieron autónomo. A partir de ese momento fue posible tener ideas nuevas sobre los seres humanos y los dioses, el cielo y la Tierra.  Entre los años 470 y 320 a.C., Atenas produjo, en las personas de Sócrates, Platón y Aristóteles, tres filósofos que han dejado su huella hasta nuestros tiempos en el pensamiento occidental.

Atenas sentó también nuevos criterios en arte y arquitectura. Los templos de la Acrópolis y las estatuas erigidas allí y en las pla­zas de la ciudad llegaron a ser imágenes ideales para el arte occidental arquitectónico y escultórico. 


Las primeras obras de la literatura mundial - los poemas épicos de Homero, la Ilíada y la Odisea, las tragedias y comedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides, que se representaban todas las primaveras en honor del dios Dio­nisos y que se incluyen hasta hoy en los programas de los teatros del mundo entero - se deben también a autores griegos.



Los hijos de los ciudadanos de Atenas fueron los primeros que asistieron a una escuela en el sentido actual de la palabra. Su es­colarización iba de los siete a los catorce años. 
Aprendían a leer, escribir y hacer cuentas y se valoraba la formación musical; todos los muchachos debían saber tocar al menos la flauta o la lira, una pequeña arpa. 
A medida que cumplían años se les enseñaba el arte de pronunciar discursos - la retórica -. También se dedica­ban al estudio de la literatura griega, sobre todo las leyendas de Homero, algunos de cuyos pasajes importantes aprendían de me­moria. 

Una vez cumplidos los catorce años, la formación deporti­va pasaba a ocupar el primer lugar. Esta formación se realizaba en el «Gymnásion», una especie de escuela de deportes de cuyo programa formaban parte la gimnasia, la lucha, el boxeo, la esgrima, las carreras y el lanzamiento de disco y jabalina. 

El fortalecimien­to físico cumplía, por un lado, una finalidad militar, pues todo ciudadano estaba obligado a defender la polis; pero en el gimna­sio se promocionaba, por otra parte, a los que estaban dotados para el deporte, pues quienes pertenecían al grupo de los mejores y se entrenaban con diligencia, incluso después de la jornada es­colar, tenían la oportunidad de participar en los juegos olímpicos, celebrados cada cuatro años desde el 776 a.C. Dicha posibilidad constituía el máximo honor para cualquier ciudadano griego. 





Durante los juegos Olímpicos, ninguna polis podía hacer la guerra a otra; debía imperar la paz para que los mejores hombres de toda Grecia pudieran enfrentarse en las competiciones deportivas. Los vence­dores eran homenajeados y recibidos en su ciudad como héroes. Quedaban exentos del pago de impuestos, eran mantenidos de por vida a cargo de la ciudad a la que habían contribuido a hon­rar y se les otorgaba una localidad de honor en el teatro. Los altos rendimientos deportivos valían la pena ya en aquellos tiempos.

Extraído de: MAI, Manfred, Breve historia del mundo para jóvenes lectores, 
Océano, Península, Atalaya, Barcelona, 2004 /2002

Biblioteca del Instituto Goethe

Civilización griega: video entretenido

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